Hay miles de personas siempre alrededor nuestro y nosotros nos sentimos solos, completamente solos.
Y es tal el sentimiento de soledad que a veces nos aferramos a las personas que menos nos convienen. Es como si pensásemos que así nuestra vida merece más la pena.
Pero no nos damos cuenta que sea como fuere la vida siempre es, aunque no hagamos nada, aunque nos quedemos quietos, aunque el mundo se nos caiga, la vida sigue.
Y nosotros debemos seguir con ella, intentando siempre recomenzar cosas, trabajar en nosotros mismos, dejando a los demás a un lado en ese momento, aunque siempre ayudando al que lo necesita.
Si nos parasemos en este preciso instante, nos daríamos cuenta que nuestro corazón late, que podemos oír, ver tocar y sentir, que podemos pensar y solo con eso ya es motivo de alegría.
El descubrimiento de hacer cosas que creímos imposibles por no creer en nosotros mismos es algo que nos enseña la vida, quizá un poco tarde pero aprendemos al fin y al cabo.
Todos nosotros podemos ser lo que queramos ser, dejando a un lado el qué dirán y siguiendo la senda que paso a paso marcamos nosotros mismos.
Para eso hace falta voluntad, dedicación y perder el miedo a caerse, porque de las caídas se aprende mucho.
Sobretodo tenemos que aprender que somos valiosos por el mero hecho de estar aquí, de existir, eso se nos olvida constantemente y debemos recordarlo.
Porque al fin y al cabo no estamos solos, hay vida allá afuera.
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